Sobre Mi


   Escribir sobre uno mismo, me parece una tarea sumamente difícil, y soportar el relato de otro sobre uno quizá sea aún mas complejo. Pero lo voy a intentar desde el fondo de mi corazón con toda la sinceridad del mundo para todos.
   Mi nombre es Diego y nací a principios de la década del 80, una década que me hubiera gustado vivir como adolescente. Viví toda mi vida en un pequeño pueblo llamado Santa Rosa de Leales en la provincia de Tucumán, hacia el Noroeste de la República Argentina. Siempre me ha gustado vivir aquí, las grandes ciudades me encantan para visitarlas y recorrerlas como turista pero no para vivir una vida, la zona rural me cautiva por su tranquilidad y la buena gente.
   Para hablarles de mi y el crochet, tengo que remontarme justo a principios de la década de los 90 cuando cursaba mis últimos años en la escuela primaria. En aquellos momentos existía una materia que se llamaba "Actividades prácticas", que hoy con todos los devenires de la educación la conocemos mas renovada con el nombre "Tecnología". En esta materia pareciera que los varones estábamos condenados a la escultura de un pan de jabón neutro para convertirlo en un auto o algo parecido que al final pintábamos con temperas para terminar de convencernos de que era lo que no. Y las mujeres tenían la tarea mas hermosa de todas las que había conocido hasta entonces, "tejer". Algunas lo hacían a dos agujas y otras a crochet, ahí, esa última era la que me dejo perplejo. Zaira, una compañera, se había propuesto hacer un tapete y yo la observaba alucinado mientras que con una aguja pequeña iba y venía dándole una fina forma a una hebra que antes se le escurría en sus dedos. Alguien poco observador hubiera creído que estaba enamorada de ella, pero lo que ya amaba y anhelaba era esa aguja entre mis manos dirigiendo el hilo para crear belleza.
   No habría de quedarme tranquilo en ese tiempo, la curiosidad que me caracterizaba, disimulada en mi timidez extrema, me impulsaría a investigar y hacerme de mis propias herramientas caseras para abordar esa manualidad prohibida para mi. Con una caña hueca y una hoja afilada le di forma a un gancho parecido al de mi compañera. Con la rudimentaria aguja trate de reproducir en el hilo de un viejo sweater destejido esa cadena que había memorizado en mi mente.
   Necesitaba conocer más, ya no era suficiente hacer una y otra vez cientos de cadenas como una principiante Penélope esperando a su Ulises. En un verano cesó la espera, fue cuando mi querida tía Susana vino de vacaciones, porque entonces uno solía ir de vacaciones a la casa de otros familiares. Ella me enseñó lo básico. A partir de ahí continúe investigando con la experiencia de reproducir algunos tapetes que encontraba por ahí. Sin embargo, no tuve mucho éxito pero jamas me rendí. Desde ese momento tejí, destejí, abandoné, retomé y así continuamente.
   Pero aún había algo a lo que no me animaba, a tejer para otros y con otros. Mucho tiempo pase a escondidas tejiendo algo que nadie vería porque implícitamente me lo habían prohibido.
   Luego cuando mi madre ya no estuvo más y me permití volar un poco mas lejos comencé a ver la vida con otros ojos y a mayor distancia. Me mudé con mi hermana Noemí y conocí nuevos horizontes en las librerías y revisterías mas populares de la capital que me mostraron patrones que representaban otro gran desafío, interpretarlos. Aún conservo aquella primera revista que me compré, todos sus patrones eran escritos como una narración, apenas los entendía, pero con dedicación y amor pude hacer mi primer tapete de piñas y vinieron otros y ya no pude parar.
   Mi hermana Noemí fue la primera que lo supo y a la primera que le dedique muchos de mis delicados trabajos, su sensibilidad de artista la llevó a entender mi pasión, hasta entonces, aún etiquetada como una práctica femenina. 
   No contaba con muchos recursos para comprar revistas pero cada vez que se podía adquiría alguna que tenía un modelo de tapete que me gustaba y me desafiaba para hacerlo con el hilo o lana, o lo que se le parezca. A veces algunas amigas de mi hermana me incentivaban regalándome hilos para que les haga uno. He tejido tanto mientras he estado ahí que ya no recuerdo todos los modelos que he realizado. Recuerdo que en aquellos años mi hilo favorito era el macramé mercerizado para hacer finos tapetes. Soñaba hacer manteles blancos que resalten la realeza de la mesa de algún comedor.
   Como en todo, uno tiene sus momentos, así es que alguna vez deje de tejer para dedicarme a otras cosas como estudiar. Pero cuando ya terminé y conseguí mi primer trabajo pude comprar todos los patrones y revistas que quise para continuar aprendiendo cada nueva técnica con la que me encontraba. Internet me abrió un mundo de posibilidades que sigo descubriendo.
   Siempre me ha gustado compartir lo que se. De hecho, soy docente. Me gusta ver como otras personas como yo se apasionan por una actividad que durante mucho tiempo fue considerada pasada de moda pero que en la actualidad ha tenido un gran crecimiento por la revalorización de la misma.
   Hoy solo me queda agradecer a todas esas personas que se han cruzado en mi vida para inspirarme en este arte y en cada cosa que hago. Porque hoy por hoy mucha gente admira mi trabajo y me enorgullece enormemente esa distinción. Por supuesto que ya no es algo que haga en lo privado de mi habitación. El crochet ha sido un arte que me ha ayudado a romper barreras conmigo mismo. En mi silente existencia he roto muchas barreras y he llegado muy lejos; aún estoy volando para llegar mas alto, siempre con el impulso de todas esas grandes intenciones que me alientan, me ponen un me gusta, me dejan un comentario y me compran una labor.

1 comentario:

  1. Fascinante y valiente tu recorrido hasta aquí, Diego. Celebro que hayas vencido los prejuicios y hoy compartas con todos nosotros tu pasión por el crochet. Gracias

    ResponderEliminar